Y creó Dios al hombre… varón y hembra los creó.Génesis 1:27.
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor…Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia.Efesios 5:22 y 25.
Dios creó al hombre y a la mujer “en el principio”. Desde el libro de Génesis vemos su maravilloso designio: la unidad y la diferencia que quiso entre el hombre y la mujer; no una superioridad de uno sobre el otro, sino una complementariedad.
Dios no confunde lo masculino y lo femenino, porque dio a cada uno una identidad propia: a uno emoción y al otro voluntad, a uno fuerza y al otro fragilidad, a uno firmeza y al otro sensibilidad. Es necesario aceptar las diferencias respetándose unos a otros, en contraste con el espíritu actual que impele a borrar las disparidades y a exacerbar los egoísmos.
Hombre o mujer, cada uno hallará su verdadera realización en una auténtica relación con Dios. Porque a ese nivel no hay diferencia ante Dios. Juntos son coherederos “de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7).
Dios también instituyó un orden para que haya armonía en la pareja (según el segundo versículo del encabezamiento), amor y respeto mutuos basados en el testimonio de una feliz confianza en Dios. Ninguno puede decir que es independiente, porque cada uno es responsable del otro. Si en la pareja cada uno asume su papel dado por Dios, el equilibrio y la seguridad se instalan en toda la familia.
A la pareja cristiana Dios le ha dado el deber y la dignidad de representar la unión espiritual que Cristo establece con su Esposa (la Iglesia: conjunto de los creyentes).
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor…Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia.Efesios 5:22 y 25.
Dios creó al hombre y a la mujer “en el principio”. Desde el libro de Génesis vemos su maravilloso designio: la unidad y la diferencia que quiso entre el hombre y la mujer; no una superioridad de uno sobre el otro, sino una complementariedad.
Dios no confunde lo masculino y lo femenino, porque dio a cada uno una identidad propia: a uno emoción y al otro voluntad, a uno fuerza y al otro fragilidad, a uno firmeza y al otro sensibilidad. Es necesario aceptar las diferencias respetándose unos a otros, en contraste con el espíritu actual que impele a borrar las disparidades y a exacerbar los egoísmos.
Hombre o mujer, cada uno hallará su verdadera realización en una auténtica relación con Dios. Porque a ese nivel no hay diferencia ante Dios. Juntos son coherederos “de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7).
Dios también instituyó un orden para que haya armonía en la pareja (según el segundo versículo del encabezamiento), amor y respeto mutuos basados en el testimonio de una feliz confianza en Dios. Ninguno puede decir que es independiente, porque cada uno es responsable del otro. Si en la pareja cada uno asume su papel dado por Dios, el equilibrio y la seguridad se instalan en toda la familia.
A la pareja cristiana Dios le ha dado el deber y la dignidad de representar la unión espiritual que Cristo establece con su Esposa (la Iglesia: conjunto de los creyentes).
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