“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4).
Entre los griegos antiguos, el vencedor de una carrera no era el que cruzaba la línea en primer lugar, pero el primero en cruzar la línea con su antorcha aún ardiendo. Estamos tan preocupados actualmente con nuestra vida cotidiana que corremos el riesgo de permitir que la antorcha de nuestra vida espiritual se apague. Una dedicada mujer contó que su vida era un corre-corre frecuente y que ella se vio en la eminencia de perder su relación espiritual con Dios: “Hay un peligro real en ocuparse de lo que es cierto en la vida apresurada que llevamos. Mantener nuestra antorcha acesa se vuelve cada vez más difícil”.
¿En qué estamos empleando nuestro tiempo? ¿Cual ha sido el propósito de toda nuestra correría? ¿Estamos queriendo resolver todo a nuestra manera, apremiándonos para resolver el máximo de asuntos en el menor período de tiempo o estamos entregando todo en las manos de Dios, convencidos de que Él tiene el tiempo exacto para cada cosa? ¿Estamos permitiendo que nuestra antorcha espiritual se apague en el afán de buscar resultados inmediatos o buscamos preservarla para que, ni ella y ni nuestras bendiciones, sean extintas?.
Cuando estamos ligados al Señor en el propósito de buscar Su voluntad, aun cuando andemos despacio podemos creer que llegaremos deprisa a nuestro destino. Él sabe el mejor camino, la mejor manera de andar por él, los momentos de parar y descansar, y tiene el trofeo transformado en bendiciones para esperarnos en la meta. No hay motivos de preocupación con quien llegará primero, pues, todos que confían en Él recibirán la medalla preparada para los vencedores.
El vencedor no es lo que corre más, si no el que cree en el Señor. Éste cruzará la meta con la victoria asegurada.
Entre los griegos antiguos, el vencedor de una carrera no era el que cruzaba la línea en primer lugar, pero el primero en cruzar la línea con su antorcha aún ardiendo. Estamos tan preocupados actualmente con nuestra vida cotidiana que corremos el riesgo de permitir que la antorcha de nuestra vida espiritual se apague. Una dedicada mujer contó que su vida era un corre-corre frecuente y que ella se vio en la eminencia de perder su relación espiritual con Dios: “Hay un peligro real en ocuparse de lo que es cierto en la vida apresurada que llevamos. Mantener nuestra antorcha acesa se vuelve cada vez más difícil”.
¿En qué estamos empleando nuestro tiempo? ¿Cual ha sido el propósito de toda nuestra correría? ¿Estamos queriendo resolver todo a nuestra manera, apremiándonos para resolver el máximo de asuntos en el menor período de tiempo o estamos entregando todo en las manos de Dios, convencidos de que Él tiene el tiempo exacto para cada cosa? ¿Estamos permitiendo que nuestra antorcha espiritual se apague en el afán de buscar resultados inmediatos o buscamos preservarla para que, ni ella y ni nuestras bendiciones, sean extintas?.
Cuando estamos ligados al Señor en el propósito de buscar Su voluntad, aun cuando andemos despacio podemos creer que llegaremos deprisa a nuestro destino. Él sabe el mejor camino, la mejor manera de andar por él, los momentos de parar y descansar, y tiene el trofeo transformado en bendiciones para esperarnos en la meta. No hay motivos de preocupación con quien llegará primero, pues, todos que confían en Él recibirán la medalla preparada para los vencedores.
El vencedor no es lo que corre más, si no el que cree en el Señor. Éste cruzará la meta con la victoria asegurada.
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